sábado, 1 de diciembre de 2007

A SOL LA BARRA


Son las 9:20 de la noche y el patrullero gris KL 9408, de la comisaría de Alfonso Ugarte, disminuye su velocidad y se estaciona lentamente frente al prostíbulo de la cuadra 7 de la avenida del mismo nombre. Angelito también desacelera su andar. Mira sigilosamente. Quiere confirmar sus sospechas. No es la primera vez que lo ve detenerse en esa calle convenientemente oscura. La robusta mujer que lee por enésima vez el mismo periódico chicha, abandona su lugar en la puerta del bulín y se acerca al copiloto. Conversan amigablemente.A menos de diez metros de la escena, Angelito divisa a una voluptuosa morena que, impaciente, espera al próximo cliente."Voy ha acercarme a esta chica buena de la mala vida", piensa.-"¿Hola, cuánto por el servicio?", pregunta.-"Veinte soles. Servicio normal. Incluye cuarto, poses y chupadita, mi amor".-"¿Y a dónde vamos?"-"Acá cerca, donde está el patrullero. Ahorita se va, no te preocupes", responde ella.-"¿Pero qué hace un patrullero allí?-"Están pidiendo su billete esos conchesumadres. Todos los días vienen a esta misma hora", responde con fastidio la morena.Mientras Angelito dispara su siguiente interrogante, la aparente calma del lugar se ve perturbada por la llegada de un muchacho que, apresuradamente y lanzando gritos, se acerca al patrullero.-"Jefe, me acaban de robar, acá cerca, ayúdeme por favor".La gorda del prostíbulo se aleja del patrullero, mientras uno de los policías abre la puerta trasera del vehículo para que el muchacho suba y enseguida acelera.-"Le dije a ese pata que no vaya para atrás (jirón Cañete). Allá cuadran", comenta la morena. "Esos tombos lo llevarán a la comisaría para que ponga su denuncia y nada más. Ya perdió. La tombería no se mete con nadie acá. Más bien aprovecharán para pedir más billete a los pendejos de la vuelta".Y no es que cogoteen en esta zona. Eso no. El muchacho fue víctima de los cómplices de alguna prostituta con una modalidad extendida en los peligrosos antros de esta Lima rosa: Un individuo, escondido en el cuarto, se encargó de vaciarle los bolsillos mientras el chico hacía lo posible para no venirse rápido.-"Mira, esa nota del patrullero me ha palteado un poco. Mejor te busco otro día", se despide Angelito de la morena.-"No te preocupes, estoy todos los días desde las 9 de la noche".DE HUATICA A DÀVALOS LISSONEn 1919, Juan González escribió su tesis "La prostitución reglamentada en Lima", donde contabilizó la existencia de 1.109 mujeres dedicadas a la prostitución en una ciudad con 150 mil habitantes. Por lo general, ellas recibían a sus clientes en Huatica, una especie de zona rosa limeña que, 1956, fue clausurada por el presidente Prado. Han pasado más de ocho décadas y ahora el número de prostitutas bordea los 60.000, en una ciudad con ocho millones de habitantes. La mayoría ofrece sus servicios en la vía pública o en lugares que no tienen ningún control de la policía, de los municipios o del Ministerio de Salud.En la actualidad, la zona más crítica es el Cercado de Lima. Solo entre las avenidas Alfonso Ugarte, Nicolás de Piérola, Garcilaso de la Vega y Bolivia, funcionan, en medio de la informalidad y sin ningún tipo de control sanitario, alrededor de 60 hostales-prostíbulos. Y no solo son estos locales, durante sus diarias caminatas nocturnas para dirigirse al paradero de Alfonso Ugarte, Angelito detectó que también se alquilan cuartos de viviendas particulares para el ejercicio de la prostitución clandestina.Mientras que en los conos de la ciudad se erigen modernos hostales, con coloridas y llamativas luces de neón en sus fachadas, ofreciendo los mejores servicios; en el Cercado proliferan aquellos que, en muchos casos, tienen las habitaciones apenas separadas por planchas de triplay o, en el peor de los casos, por cortinas oscuras, además de paredes y pisos sucios y malolientes. El precio de las habitaciones de estos antros fluctúa entre los 8 soles (sin baño) y los 20 soles (con baño y agua caliente).Solo en la cuadra dos del jirón Dàvalos Lisson hay más de diez locales, sin letrero de hostal, pero con pequeños carteles que anuncian los precios de las habitaciones. En la calle, grupos de muchachos, visiblemente desconfiados y con caras de pocos amigos, hacen guardia por si se produce una intervención municipal y, a la vez, se mezclan con quienes controlan el negocio: los cafichos. Estos también cuidan a las meretrices y controlan el número de clientes de cada una, para luego pedirles cuentas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

que tal pendejos esos policias!!!

y quién asegura que no le entren a la cochinada!!

Fácil y parte de la cutra es que se acuesten con alguna de estas prostitutas